Hace
ya unas semanas se anunciaba de forma discreta en la noche
madrileña un concierto que escondía una
segunda lectura muy prometedora. Se trataba de la actuación
de un personaje mítico con una forma única
y personalísima de interpretar sus canciones en
directo: Peter Hammill venía a
Madrid con tan sólo su piano y su guitarra.
Aprovechamos la ocasión para hablar con él
con más prevención que convicción,
pues la fama de que venía precedido el personaje
no era muy halagüeña: educado y cortés,
pero maniático, extravagante y celoso de su pasado
¡nada de preguntarle por épocas pasadas!
Pero lo que encontramos al llegar fue algo muy distinto,
un afable hombre de pelo blanco, alto, enjuto, de ojos
muy vivos y pasión a flor de piel. Encontramos
a un feliz padre de familia, que, orgulloso, nos habló
de su música, de su vida y de su pasado con locuacidad
desbordante, y gesticulación endemoniada, y con
el placer y la convicción que dan el no arrepentirse
de nada.
Tanta seguridad y tranquilidad ante la vida sólo
la tienen aquellos que, habiendo estado en lo más
alto, han recorrido después todos los peldaños
inversos hasta lo más hondo, para, finalmente,
sobrevivir a todo ello con su propia filosofía.
Y ese es el caso de un hombre que, a la cabeza de su
histórica banda Van Der Graf Generator,
llenaba estadios, levantaba pasiones, imponía
modas y creaba estilos. La prolífica y extravagante
carrera que iniciaba posteriormente en solitario, salpicada
de duros momentos personales, hacen de Peter
Hammill todo un ejemplo y le convierte en un
“maestro” del que no conviene perderse ni
un detalle.
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