Tuve
la suerte de ver el magnífico concierto que
dieron ELP en el Cuartel del Conde
Duque de Madrid, allá por octubre de 1992 en
la Gira del Black Moon, disco que en mi opinión
es el peor de todos los que parió el trío
(si descontamos obviamente el bodrio del Love Beach
que ni siquiera lo consideraría como un disco
de ELP), pero al que hay que agradecer que nos brindara
la oportunidad de verlos en concierto. Desde luego
ya por entonces el trío había dado todo
lo mejor de lo que era capaz al mundo de la música
progresiva o música a secas.
En aquel día tuvieron el acierto de tocar muy
pocos temas del disco que presentaban y por el contrario
se decantaron por deleitarnos con su repertorio clásico.
Dado
el buen gustazo que me dejó aquel concierto
esperaba ansioso otra oportunidad de disfrutar de
lo lindo. Mucho tiempo después (quizás
demasiado) Emerson regresaba para
tocar sobre un escenario de Madrid, esta vez sin la
L ni la P. En su lugar se anunciaba una “Keith
Emerson Band” formada, además
del “tigre”, como he oído a algún
sudamericano denominar alguna vez a “nuestro”
Emerson, por un guitarrista (Dave Kilminster),
un bajista (Phil Williams), y un
batería (Pete Riley), todos
ellos desconocidos para mi y creo que también
para el gran minoritario público de la progresía
musical. Con la coletilla de “Band” seguro
que alguno pensó que podría avecinarse
una noche de jazz session o algo parecido. Nada más
lejos de la realidad puesto que el repertorio recorrió
muchos de los grandes hitos de toda la dilatada carrera
de Emerson, The Nice
incluido.
Han
sido muchas, muchísimas las veces que he degustado
los discos de ELP, hasta machacarlos
como se hacía antes. Primero en los pequeños
casettes de mano, después ya en el tocadiscos
y luego sobre el CD. Por ello, antes de entrar en
la Sala Macumba, donde era la actuación, sentía
sobre mi estómago el hormigueo típico
de las grandes ocasiones.
Al
acceder a la Sala destacaba sobre el escenario el
aparatoso Moog cubierto de cables de colores que siempre
ha acompañado a Emerson como
su fardona tarjeta de presentación. Al aparecer
Emerson sobre el escenario me pareció como
si en ese momento entrara alguien de la familia, y
este sentimiento de íntima conexión
no me abandonó a lo largo de toda la noche.
A esta sensación ayudó sobremanera la
escasez de personal que acudió al concierto,
poco más de 250 entusiastas, realmente muy
inesperado para alguien tan conocido y para un concierto
que, en comparación con lo que suele ser habitual
en este tipo de música, tuvo una relativa gran
promoción, con anuncios en El País y
venta de entradas en El Corte Inglés. Con esta
exigua respuesta no van a quedar promotores con suficientes
arrestos para arriesgarse a traer a músicos
del mundillo progresivo. Quizás influyera el
hecho de que Emerson sea un músico sólo
conocido por un público ya madurito, de 40
para arriba, liado con las lógicas responsabilidades
familiares y laborales y para los que acudir un jueves-noche
a un concierto sea difícil, no lo sé.
No pude dejar de pensar en qué sentiría
este músico ante esa sala medio vacía
después de haber llenado estadios olímpicos.
Lo único que puedo asegurar es que a los músicos
no les afectó en absoluto, pues dieron un extraordinario
concierto comportándose como los auténticos
profesionales que son. El público, muy entregado,
vibró de lo lindo con cada tema durante todo
el concierto y siempre flotó sobre el ambiente
un buen rollo mutuo.
Emerson
y su banda saltaron al escenario de la Sala Macumba
sobre las 10 horas cuando ya el respetable empezaba
a impacientarse por el retraso de casi media hora
sobre lo anunciado. Suele circular un chascarrillo
por ahí que dice que si quieres ver tocar a
un teclista, dale una partitura, y si quieres ver
tocar a un guitarrista, quítasela. Este dicho,
que no vale para genios de las teclas como Emerson,
sí que resultó acertada para Dave
Kilminster, el guitarra. Realmente muy bueno.
Por destacar un tema, su acompañamiento al
formidable Tarkus nos dejó
a todos con la boca abierta. Otra cosa es que su voz
no estuviera a la misma altura que su guitarra. Sin
embargo, su virtuosismo y su desparpajo hizo olvidarnos
del bueno de Greg Lake. Realmente un descubrimiento
este chico. En cuanto al batería y al bajo,
se limitaron a hacer su trabajo de acompañamiento,
sin que pueda resaltarse nada mas, ni nada menos,
al respecto.
En
cuanto al setlist, Emerson nos deleitó
con una buena selección de temas clásicos
del power trío. Desde el citado Tarkus,
pasando por el Honky Tonky, Fanfarria,
Lucky Man, The Barbarian,
Karn Evil 9, Peter Gun,
etc, incluso se atrevió con un movimiento de
su “Concerto”, que apareciera
en el disco Works, pero en versión
rock donde realmente el guitarra se salió.
También sonó el América
de su época de Nice y, como
no, el famoso Rondo (que ya tocaba
en sus tiempos de Nice) y que le ha servido
toda una pila de años para macarrear sobre
el teclado por todo el mundo. Eso sí, Emerson
esta vez no se subió a cabalgar encima del
teclado, ni clavó cuchillos sobre el mismo,
ni se tiró al suelo para tocar la tocata de
Bach “al revés”, como hacía
en este tema en los viejos tiempos con el trío
y como puede disfrutarse en el reciente DVD salido
al mercado de título “Beyond
the Beginning” y que, por cierto, no
tiene desperdicio. Se limitó a interpretar
este temazo y a tocar el teclado al revés,
pero de pie. Ya no está para mucho trote si
bien he de decir que, a sus 61 años lucía
un aspecto muy juvenil, muy en forma, con pantalón
y chaleco negros y muy bien peinada su clásica
melena. Me sorprendió que en muchos temas Emerson
tocara el teclado sólo utilizando los dedos
índice y meñique de su mano derecha...así
de sobrado anda todavía. La sorpresa del concierto
vino en los bises pues se descolgaron con el Black
Dog de Led Zeppelín, en una
versión sin cambios apreciables respecto al
original.
El sonido del concierto probablemente estuviera preparado
para una sala llena de público. Lo cierto es
que al desparramarse en una sala con tantas calvas
en momentos fue estridente y la música sonó
incluso distorsionada y sucia, lo que “cantó”
especialmente en el solo de Emerson con su Moog desgranando
las notas del Lucky Man. En otros
pasajes, en cambio, afortunadamente fue aceptable.
Fue el único aspecto negativo de la noche.
En
resumen, aparte de este pequeño inconveniente
(ya se sabe, toda obra maestra tiene un borrón),
realmente fue un privilegio ver tan cerca y todavía
tan vivo a uno de los mejores músicos y teclistas
que ha dado la música. Fue una noche inolvidable.